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Opeth volvió a Monterrey para mostrarnos como suena su nueva propuesta musical

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OPETH es el nombre a una antigua ciudad ficticia de una región geográfica ya desaparecida, pero en la actualidad, OPETH es el nombre de unos de los grupos suecos más representativos del metal rock progresivo. Con once álbumes en estudio en su prolífica carrera de veinticinco años, esta banda escandinava continúa demostrando con sus presentaciones en vivo por qué sigue siendo una de las mejores del género. Ahora fue el turno para Monterrey, en el foro Escena, con un público que si no nutrido en número de asistentes, sí entusiasta y ávido de escuchar buena música y mejor aún, grandes interpretaciones. Hacía tres años que Opeth había estado en la ciudad, y ahora volvió para mostrarnos cómo suena su nueva propuesta musical en directo: el álbum PALE COMMUNION, de 2014; sí porque además de haber cambiado de tecladista, también cambiaron su sonido, alejándose considerablemente del metal, para enfocarse un tanto más al progresivo de los años 70, prescindiendo por completo, en este caso, de las voces guturales, algo que no fue muy bien recibido por los seguidores que los ubicaban más como una banda de metal que de rock. No obstante, en este escenario regio, hicieron un balance de su vasto repertorio como para dejar satisfecho a la mayoría del público. La presentación abrió puntualmente a las 21 horas con los dos temas que abren su reciente producción: “Eternal rains will come” y “Cusp of eternity”, esta última primer sencillo que fue por demás bien acogida y coreada por el público. Vendría después “Leper affinity” de su álbum “Blackwater park” (2001), que finaliza con un sutil movimiento de piano, demostrando esos matices que van de lo enérgico a lo tenue, sello característico del grupo. Se daría paso posteriormente a “God head lament”, de su disco “Still life” (1999). Al finalizar, es aquí donde Mikael Akerfeldt, vocalista-guitarrista, líder del grupo, hizo una pausa para hacer un “mal uso del español” saludando al respetable público que vitorea sus ocurrencias, socorrido después por el bajista Martín Méndez, uruguayo de nacimiento, quien agradece de corazón a la  asistencia por su entrega. De inmediato recobraron la referencia de su reciente disco, entregando “Elisyan Woes”, bien recibida, y coreada por la audiencia. Vendría después, de su álbum “Damnation” (2003), la pieza “To rid the disease”, a la que seguiría “Devil’s orchad”, de su álbum “Heritage” de 2011. Al final de esta canción, Akerfeldt adviertió el inminente final de concierto, señalando que quedan un par de canciones por tocar, pero cientos por no incluir, detalle que el público lamentó entre bromas. En esta pausa, el vocalista aprovechó para presentar a la banda: además de Méndez y de él mismo, a Martin Axenrot en la batería, a Joakim Svalberg, tecladista y percusionista recién integrado, y a Fredrik Akesson en la guitarra y segunda voz. La canción que seguiría fue “April ethereal” desprendida del álbum “My arms, your hearse”, de los primeros de la banda. Al  final de ésta, la velada progresiva anunciaba su inminente conclusión algo que el propio Akerfeldt lamentó, expresó el deseo por tener un bar próximo como para seguir tocando por cinco horas o más, siendo vitoreado por la audiencia. Después vendría una especie de middley con “Heir apparent / Lotus eater” dos canciones de su álbum, de su álbum “Watershed” (2008), para luego seguir con “The Grand Conjuration” de su quizá mediáticamente más popular álbum “Ghost reveries” de 2006, pieza que logró gran emotividad por la calidad interpretativa, donde el tecladista Svalberg, demostró que los ritmos afro latinos en los bongos también son lo suyo. Al terminar, la audiencia quedó perpleja, pero lejos de estar satisfecha por que el imprescindible reclamo no se hizo esperar, mientras la banda hacía un breve receso. Vino entonces el encore, con uno de sus “clásicos”: “Deliverance” del álbum homónimo de 2002, cuyo riff principal de guitarra, apoyado por bajo y batería se repite una y otra vez, obligando al escucha a mover la cabeza vertiginosamente. Es así, como después de casi dos horas Opeth demostró con creces su poderío, creatividad, habilidad y sutilidad, con esos pasajes rítmicos intrincados, continuos pero coherentes cambios de tiempo y de voz, de lo suave a lo gutural y viceversa. El inminente final llegó, hubiéramos querido más, pero ya habrá tiempo para eso, por ahora Opeth nos hizo partícipes de su “pálida comunión”; habremos de esperar entonces.

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Carlos Castillo Alvarado.

Fotos por Norma Rangel

Monterrey, Nuevo León, México.

11 de julio de 2015.

 

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